La Gorda: cocina de los afectos

Mucho antes de que estallara el boom de la  cocina peruana en la restauración madrileña, había un restaurante pequeñito en una calle estrecha del Barrio de Prosperidad que luchaba por abrirse un hueco y compartir las excelencias de una culinaria que ahora es bien conocida por muchos. Fue entonces donde descubrí La Gorda y me enamoré para siempre de la auténtica cocina peruana.

Carmen Delgado es La Gorda y La Gorda es Carmen Delgado. Ella dice con mucho humor que el destino le ha dado un cruel apellido, pero los que la conocemos sabemos que Carmen es grande sobre todo en afectos. Llegó a España huyendo de una tragedia que dejó en su Perú natal y sobrevivió vendiendo postres.
Aprendió a cocinar con su madre y tras unos años pudo abrir, por fin, su primer restaurante. Era un espacio sencillo, lleno de color, con sus pintorescas gorditas alegrando el ambiente y sus inseparables soperas (las gordas de la vajilla) a las que cuida como si fueran hijas. Llegó la crisis y La Gorda fue una de sus primeras víctimas. Tras una fugaz aventura junto a Andrea Tumbarello en Trattoria DG con La Gorda, en la calle Velázquez, Carmen vive, por fin, la estabilidad que tanto buscó.
La Gorda se mudó a la Plaza de la Paja, en La Latina, una ubicación más accesible que el Barrio de Prosperidad, un local a la altura de su cocina.

Así que cogió sus gorditas, sus soperas y a su inseparable Félix y se instalaron en uno de los barrios de moda de la capital.

El restaurante es sencillo pero muy acogedor, con pinceladas de color e iluminación cálida (estupenda para comer, malísima para las fotos ;D)

La cocina de Carmen es una cocina de afectos. Hecha con cariño y con la aspiración, como a ella le gusta decir, de hacer felices a los que se sientan en su mesa. Recorre los platos más emblemáticos de la cultura peruana, y aunque la oferta es generosa, siempre que voy a su casa opto por repetir mis favoritos.

Pulpo al olivo: carpaccio de pulpo cocido que baña con una salsa de aceitunas peruanas, muy diferentes a las nuestras tanto en el color (son moradas) como en el sabor, ligeramente más dulces.

Su famoso tiradito de lubina nikkei: unas finísimas lonchas de lubina con zumo de lima y especias orientales. Sencillamente delicioso.

Chupe de langostinos: una sopa contundente de langostinos con leche, huevo cocido, trocitos de papa, arroz, guisantes y queso fresco, que revive a los muertos.

Pastel de choclo: dos capas de esponjoso bizcocho de maíz rellenas de picadillo de carne, con pasas, huevo cocido y aceitunas que baña con una delicada salsa de maíz. Siempre quiero repetir.

Ají de gallina: una delicia que no supera ni el mismísimo Gastón Acurio en su Astrid&Gastón (lo he probado en ambos y me quedo con el de Carmen). Son jugosas tiras de pollo guisadas en una salsa con ají amarillo, pan, nueces, parmesano y un chorrito de crema de leche que acompañadas de arroz. Le he pedido la receta para hacerlo un día en casa.

De postre esta vez no optamos por el Suspiro de Limeña de otras veces (muy recomendable), sino que probamos su tarta de zanahoria, de aquellas que vendía en los primeros años de su vida en Madrid.

Para acompañar, cerveza peruana. Sus piscos son, para mi gusto, los mejores de Madrid. Merece la pena cerrar la comida con uno (o varios ;D).

Tengo una cita pendiente con Carmen: acercarme a probar su cocina chifa, una fusión gastronómica entre las cocinas china y peruana. Para encontrar su origen hay que remontarse a finales del S.XIX, cuando llegaron miles de emigrantes chinos al país andino.

Las fotos y la compañía, de David.

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